Menos empatía que una hormiga

No son ni las ocho de la mañana y en San Juan del Sur la vida ya es apresurada.

Hoy me levanté tarde, a las siete y cinco. Ayer había salido hasta tarde y la noche anterior dormí mal.

Me desperté porque me llamó don Juan, un señor de Costa Rica que tiene que cortarnos unos árboles y tenía que pasarme el presupuesto. Pero no tenía presupuesto, me lo dará esta tarde.

Es curioso, fue una llamada absurdamente inútil.

Estaba despierto en la cama, desperezándome un poco cuando escuché a una chica hablando en catalán, en la puerta de mi habitación.

Era una videollamada familiar y ella tiene un acento muy peculiar, de la zona de Osona, donde tengo familia yo también, hace gracia como hablan y se les reconoce a leguas.

Gritaba al teléfono cual mujer mayor, el resto del hostal podíamos escuchar perfectamente toda la conversación.

Al final me desperté, ella tumbada en una hamaca del jardín.

«Bon dia. Si no ets de Girona, ets d’Osona, no?«

A ella le hace gracia, hablamos un poco y sigue con la videollamada, como si nada.

Me voy a comprar un coco y vuelvo a mi habitación. Diego, que duerme en la habitación contigua, tiene la puerta abierta, está tirado en la cama y tiene cara de sicópata asesino en serie.

«¡La concha de su hermaaaana! Esta paisana tuya tiene menos empatía que una hormiga. ¿Qué mierda le pasa por la cabeza? ¿Cómo se puede ser menos empático?«

Yo me descojono y le regalo el coco.

«Tomá hermano, buenos días.«

Diego es un buen amigo, estamos viajando juntos estos días, vive en Costa Rica y hablamos a menudo, se vino desde México para hacer este viaje conmigo por Nicaragua.

Voy a por otro coco, me atiende otro en la frutería. Lo pela y me cobra 40.

«¿Puta, subieron los cocos en este ratito? Hace como cinco minutos me cobraste treinta pesos.«

El dueño de la frutería me ve y sale disparado con diez córdobas en la mano, pidiendo perdón.

Yo me descojono y le digo que me dé los diez pesos (son treinta céntimos de euro) en bananos, que hoy desayuno.

Debemos ser sus mejores clientes, entre Diego y yo cada día nos tomamos mínimo seis cocos.

Diego ha salido de la habitación emputadísimo, se tomaba el coco aquí a mi lado cuando la mina (así le ha llamado él), ha terminado la llamada y ha venido a mi encuentro.

No le ha dado tiempo ni a saludar cuando Diego le ha saltado con lo mismo:

«Tenés menos empatía que una hormiga, tenés un problema mental. ¿Cómo eso es posible? ¿A qué ser humano se le ocurre no pensar que estás en un sitio repleto de habitaciones? ¿Por qué le gritás a un celular?»

Diego es elocuente puteando y yo reconozco que lo he disfrutado.

La pobre chica se defendía como gato panza arriba. Que sí que tiene empatía, que lo siente, que no es para tanto, que como le dice eso… Buscaba complicidad y penitencia ante el implacable séquito de puteadas de Diego, con la mirada me seguía a mí. Que estaba cagado de la risa, a carcajada limpia.

Oye, al final Diego tiene razón.

Además lo conozco y sé que se está divirtiendo, se está quedando a gusto y la chica lo encaja medio bien.

Finalmente se ha sentado en la mesa con nosotros, luego ha venido su amiga con una camiseta de L’Esquirol.

Es un pueblo en medio de la nada catalana, Santa Maria de Corcó – L’Esquirol. Que no conoce ni dios, pero que, por casualidad, mis primos son de allí.

Los menciono y, evidentemente, los conocen ambas.

¡Qué pequeño es el mundo!

Charla de más buen rollo, con puyas y bromas sobre lo sucedido, la amiga de la empática está a nuestro favor, dice que la otra grita mucho cuando llama. Yo me he limitado a reír, dejando todo el protagonismo de la queja a Diego.

Finalmente hemos hablado tranquilamente, resulta que ella es sicóloga, y que, por lo tanto, tiene mucha empatía.

«No conozco un sicólogo cuerdo«

Sentencia Diego.

Y yo estallo de nuevo en risa.

Qué bonito es vivir así.


Un abrazo,

Carles.

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