El mejor verano de su vida

Esta historia es la del perro más noble y fiel que he conocido nunca, la de un luchador y un superviviente. Es la historia de Ute, mi compañero en la vida por más de 11 años. Te prometo que te va a sorprender.

Ute ha cruzado el atlántico cuatro veces.

Parece broma pero no, y os aseguro que viajar con un perro grande en vuelos largos es una auténtica pesadilla.

Lo adopté siendo yo también un cachorro, en abril del 2007. Con la estúpida idea de que sería genial tener un compañero que me acompañara a Nicaragua. Sin conocimiento alguno de lo que realmente suponía tener un animal bajo mi total responsabilidad. Aún así, siempre fui y he sido consecuente con la decisión tomada y me he ocupado, como mi principal prioridad, de que estuviera bien.

A mediados del 2007 nos fuimos juntos a Nicaragua, donde estuvimos un poco más de un año, pasándolo medio mal, y donde ambos dejamos de ser cachorros.

La vuelta de aquel tiempo en Nicaragua, en verano del 2008, fue tan caótica y desastrosa como había sido la permanencia allí, marcada siempre por lo incontrolable.

Un vuelo accidentado

La ruta por la que viajábamos era la de Managua-Miami-Madrid, con American Airlines.

después de una escala larguísima en Miami, volví a darle la pastilla sedante a él y lo embarqué con la intención de recogerlo en Madrid. Iluso de mi, que no sabía lo que me esperaba…

Al subir al avión ya daba la sensación de que algo no iba bien con el aparato, de los conductos de ventilación salía un humo rarísimo y algunos pasajeros se quejaron.

Yo estaba hecho polvo, de dormir poco y derrotado anímicamente, pero me alegró ver que el vuelo iba muy vacío y que tenía toda la hilera de asientos disponible para mi. Levanté los brazos y me tumbé para dormir lo más cómodamente posible.

Lo siguiente que pasó fue que el avión estaba perdiendo combustible en pleno vuelo -salía un chorro enorme de uno de los costados de la nave-, habían pasado más de cuatro horas desde que despegábamos en Miami y nos encontrábamos en medio del oceano.

Cundió el pánico, entre la tripulación y los pasajeros. Las azafatas se apresuraron a explicarnos de nuevo todo el tema de las salidas de emergencias, botes salvavidas, máscaras de oxigeno… En fin, todo a lo que no se le presta atención al iniciar el vuelo. Ya os aseguro que nunca había visto yo a unos pasajeros tomándose tan en serio las recomendaciones.

Por los altavoces nos pidieron que mantuviéramos la calma y nos indicaron que íbamos a regresar a Miami.

Mientras tanto, las azafatas levantaban una pequeña trampilla en la moqueta del pasillo del avión y sacaron unos asientos especiales que atornillaron a conciencia en ellas. Esos asientos tenían un doble cinturón, tipo los que tienen los coches de carreras, que te cogen desde atrás y por los hombros.

Al poco rato, el capitán informó que no había suficiente combustible para regresar a Miami y que había solicitado un aterrizaje de emergencia a Nueva York, que al parecer estaba bastante cerca-, que íbamos a descender bastante rápido y que, por seguridad, se liberaban las máscaras de oxigeno. Acto seguido salieron de encima de nuestras cabezas un montón de máscaras de oxigeno.

Podéis imaginaros el panorama general y las caras de la gente. Llorando, abrazándose… Nos mirábamos unos y otros totalmente descolocados. Recuerdo claramente mi reacción: Cogí mi diario personal y empecé a escribir todo lo que sucedía, tanto en el avión como en mi cabeza. Para la posteridad.

Llegó el momento del aterrizaje, todos íbamos apretándonos los dientes mientras el avión descendía, una de las azafatas se santiguó y terminó de cundir el pánico, una señora chillaba como si no hubiera mañana….

Pero el avión no llegó a la pista, bastantes metros antes de llegar al suelo, el capitán decidió que no podíamos aterrizar, todavía quedaba demasiado combustible y el avión tenía demasiado peso como para aterrizar -o por lo menos esa fue la explicación que nos dieron-.

Nos tuvieron sobrevolando el océano cerca de Nueva York dando vueltas alrededor de cuatro horas. La gente no aguantaba más cuando nos dijeron que íbamos a volver a aterrizar. Eso sí, esta vez lo haríamos todos en posición de emergencia, con la cabeza entre las piernas y las mascarillas de oxigeno en la mano.

Se ve que salimos en varias televisiones locales, la pista de aterrizaje totalmente despejada y un plan de emergencia con un montón de ambulancias y camiones de bomberos preparados para actuar.

Pero el avión aterrizó bien, y la gente se abrazaba y lloraba y aplaudía… Fue para flipar, aunque todavía flipé más cuando nos dijeron que no podíamos bajar del avión, que lo reparaban en un momentito y que volvíamos a salir hacia Madrid, con el mismo avión. Tal cual. Por que era un chaval de menos de 20 años que no tenía mucho miedo a nada, pero ya os aseguro que si me volviera a pasar ahora, monto tal pollo que me bajan esposado de ese avión.

De hecho, fui el único pasajero al que permitieron moverse, me llevaron a un acceso a la bodega para poder comprobar que Ute estaba bien. El pobre dormía tranquilamente.

Varios años entre casas y pisos en mi pueblo natal y una hija de por medio.

Después de la apoteósica llegada, mi compañero y yo compartimos varios pisos y casas de alquiler en mi pueblo, aunque en dos ocasiones pasó una temporada al cuido de mi madre primero y de mi padre después.

Viajar con perro

En casa de mi padre fue donde se lo pasó mejor, allí tenían a Mel, una bonita Golden Retriever con la que se llevaba de maravilla.

Tan de maravilla que en mi ausencia nació su hija Una, la que todavía vive en la misma casa y a la que vamos a saludar de vez en cuando. El parto fue un desastre, nacieron prematuros y no sobrevivió ninguno más que Una, de allí su nombre.

De regreso a Nicaragua.

Después de unos años de casas de alquiler y de un viaje de dos meses a Nicaragua en el que tomé la decisión de regresarme a vivir allí, pasó una corta temporada en casa de mi madre mientras yo construía mi casa y el jardín más grande que ha conocido él.

A mediados del 2013, nos fuimos de nuevo ambos a Nicaragua. A vivir permanentemente allí. Esta vez el vuelo no fue problemático, aunque al llegar a Managua tuve un problemón con aduanas que me costó un dineral.

El defensor de Gatos y su segunda novia

En su nueva casa Ute estuvo muy feliz. Muchísimo espacio para correr y jugar.

viajar con perro

Estuvo entre allí y una casa de alquiler en Managua durante los siguientes cinco años, compartiéndolas con la Fosca, mi gata negra, y luego sus hijos, los Fosquitos, a quienes literalmente vio nacer y a los que protegía en las peleas con otros gatos del vecindario.

En mi casa tuvo un noviazgo con la perra del vecino, Ossa, una especie de pastor belga cruzadísimo que era muy maja. De su esporádico noviazgo nacieron cuatro perritos, pero la pobre Ossa falleció a los pocos días del parto junto con todos sus hijos, a los que no amamantaba. Yo estaba fuera al enterarme de la triste noticia.

De regreso hacia Barcelona

Cuando decidí que regresábamos todos de Nicaragua, en el momento en que todo se fue a la mierda, Ute fue mi primera preocupación. Habían cambiado las leyes de transporte animal y debía cumplir un montón de requisitos que en ese momento no estaban correctamente.

Viajar con perros es una locura, si podéis evitarlo, mejor.

Después de muchísimas peripecias, entre las que se encuentran el soborno de un veterinario para cambiar fechas de vacunas o tener que cruzar barricadas a pie y ser disparado, para conseguir los certificados de exportación necesarios, conseguí todos los papeles necesarios para poder viajar de regreso.

El peor viaje de mi vida.

Después de llegar a Managua en un clima de muchísima hostilidad en el país -por decirlo suave-. Fue una locura conseguir subirnos al avión, nos cancelaron el vuelo por razones de seguridad en tres ocasiones, con lo que estuvimos en una ciudad en la que había tiros por todos lados -algunos muy cerca de donde estábamos ubicados- mucho más tiempo del que queríamos estar.

Al llegar a Miami tuvimos que hacer una escala de 23 horas y 40 minutos, tirados en el suelo del aeropuerto, en donde tengo que reconocer que Ute se portó excelentemente. Cinco días más tarde de nuestra fecha de regreso, conseguimos llegar al aeropuerto de Barcelona todos, en buen estado.

viajar con perro
Escala en Miami donde pasamos 23 horas

Ute se enferma

La verdad es que se me hace un nudo en la garganta al escribir este titular, pero la negación tampoco va a hacer que cambie nada.

A los pocos días de estar de nuevo en Catalunya, Ute empezó a orinar sangre, al principio eran unas gotitas, pero rápidamente empeoró el tema y llegó a unos niveles muy muy graves. Me tocó ir de urgencias al veterinario.

Le hicieron una ecografía y otras pruebas y el diagnóstico que me dieron es que tenía una infección de orina bestial y, muy probablemente, cáncer de próstata. Aunque con suerte podía ser una prostatitis.

La veterinaria se puso en lo peor y me explicó que estos perros -Ute es un boxer, aunque es cruzado- no viven muchos años, con lo que me dio a entender que me podía ir haciendo la idea de que me tendría que despedir pronto de él.

Fue una jarra de agua fría en la cabeza, después de todo por lo que acababa de pasar, no es nada justo que me digan eso. Pero la vida no es justa y las cosas hay que aceptarlas tal y como son.

El mejor verano de su vida

En esos días me puse a pensar mucho en todo, a reflexionar sobre cómo habían sido los últimos años y en cómo ha sido la vida de mi perro. Y me di cuenta de que Ute ha sido un perro muy feliz. Es un perro alegre que es feliz cuando está conmigo y con otras personas a las que él quiere. Pero especialmente conmigo. Y es normal, los lazos que hemos hecho… pues no los he hecho con nadie más. Ambos sabemos perfectamente qué quiere el otro con una simple mirada o un gesto.

Así que decidí darle el mejor verano de su vida. Un verano en el que estuvieramos todo el tiempo posible juntos. Explorando y descubriendo sitios increíbles, siempre de paseo.

Vivedistinto sobre ruedas

Me puse a buscar como un poseso hasta que encontré la perfecta -que pudiera permitirme-. Hace diez días compré esta furgoneta camperizada que ves en la foto.

Es un cacharro perfecto, en el que tenemos más espacio del que necesitamos. Ya la tengo a punto y ya la hemos probado, me fui junto con mi pareja unos días para ver qué tal nos encontrábamos en la furgo y la experiencia fue genial.

Ute, que ya está casi recuperado de la infección de orina, se lo pasó de maravilla. Primero estuvimos en el Pantà de Boix, donde dormimos al pie de un castillo del siglo X y al día siguiente decidimos ir a Benicàssim, al FIB, donde pudimos ver el conciertazo de The Killers en directo totalmente gratis y en compañía de Ute, quien lo disfrutó tanto como nosotros. Al día siguiente estuvimos en Vinaròs, donde fuimos a una playa adaptada para perros y luego un par de noches en el Delta de l’Ebre, entre playas y arrozales infinitos.

En el FIB de Benicàssim

Espero que no sea el último, pero voy a tratar que éste sea el mejor verano que haya tenido jamás.

formulario de suscripcion

Una secuencia de correos a la que hemos llamado: "DÉJATE DE HOSTIAS"

Ya somos más de 7.000 personas que nos dejamos de hostias y hacemos cosas.

2 comentarios en «El mejor verano de su vida»

  1. Yo soy de Girona,he estado varias temporadas en Nicaragua,durante varios años,me pasó de todo en ese país Maravilloso ,Mi amada Nicaragua….incluso me casé con una chica Nica, y en estos meses volvemos un tiempo a visitar la familia……quiero montar algo por allí y hacerme una casita…..a ver si un día nos podemos ver en Nicaragua o aquí ,por Barcelona,te dejo mi correo… un abrazo.

    Responder
    • Hola Eduard! Gracias por comentar 🙂
      Te mandé un correo, a ver si coincidimos por Nicaragua! 🙂
      Un abrazo,
      Carles.

      Responder

Deja un comentario